lunes, 17 de marzo de 2008

EL TOQUE DE ÁNIMAS UN POEMA DE ALCIDES LOZADA




Es muy antigua el alma de esta ciudad tristona
es una flor de piedra del siglo dieciséis
Oíd el toque de ánimas
que la torre pregona
aún subsiste el espíritu español, ya lo veis.

Cuando el reloj anuncia las nueve de la noche
empiezan a doblar a muerto las campanas,
se abre en cristianos labios
de la oración el broche
y va, soltando el miedo, sus negras caravanas.

Dice en la sima el río su secular lamento,
como titán vencido que Javé aprisionara,
y con anchos clamores
se oye pasar el viento volando,
sin reposo, bajo la noche clara.

El lleva el espantoso plañir de la llorona,
la señal estridente que lanza el silbador,
los ecos de la Mula Maneada y la Sayona
Y el rítmico y crispante golpe del Leñador.

Atento a los rumores de la noche transito
Por las calles deiertas, duerme ya la ciudad.
El espacio es radiante fragmento de infinito
y el tiempo que transcurre, girón de eternidad.

Un templo que presenta su perfil alargado,
desdeñando las casas, empínase sobre ellas,
y de su claraboya, entre el hueco azulado
logra robar al cielo un puñado de estrellas.

Son las doce. Es la hora de las pravas visiones
que guarda el plano astral, como en oculto lienzo
Es la hora sombría de las apariciones
que anuncia el can noctívago en alarido intenso

A la luz de la luna muévense las escenas,
la tragedia revive, desarróllase el drama,
por callejas y plazas de sobresalto llenas
se va desenvolviendo la complicada trama

¿Qué galope siniestro se viene aproximando
seguido de mil voces y gritos destemplados?
tirado por un potro pasa un cuerpo sangrando,
despavorido el rostro, los miembros dislocados

A un soldado me acerco y en voz baja pregunto:
¿El nombre de ese reo me podeís revelar?
Es Juan de Carvajal, de Belcebú trasunto
que al sitio de la horca llevamos a colgar.

Hay un ubicuo canto de gallos divagando
por la tenue alborada, los fantasmas vacilan
con divergentes rumbos se van aproximando
y ante la luz que tiembla, pálidos se perfilan.

Pasan lentos, etéreos, Don Diego de Lozada,
Gutiérrez y Narváez y Ponce de León;
Y Doña Catalina de Miranda, la amada de tres conquistadores,
flor de gracia y pasión

Van Don Damián del Barrio, casi nonagenario,
Baltasar de Mendoza, Gutierre de la Peña,
y frailes que susurran un lúgubre rosario
y soldados que agitan la bicolor enseña.

Esfúmanse los templos: San albino, San Marco,
ya es un borrón informe el Hospital Real,
y de los dos conventos,
los atrevidos arcos flotan rotos en parte,
entre el alba triunfal

En la desierta esquina del mosquitero,
pasa el espectro de un cura:
lo mató una mujer.
Allí la voz humana bajo el terror se apaga
y millares de sínifes congrega Lucifer.

Yo soy un alma vieja como tu, ciudad mía.
Esta noche en la ronda de espectros
he apurado el sorbo más amargo de la melancolía,
porque he visto nacer y morir el pasado.

El pasado la piedra que con sangre teñimos,
la lágrima que tiembla dentro del corazón,
el recuerdo que viene a la hora en que dormimos
a mostrarse cual una misteriosa visión

Oh muertos, oh fantasmas, oh vida también muerta,
si vais a donde están los seres que me amaron,
decidles que mi alma quizás esta más yerta
que los cuerpos de ellos cuando los enterraron.

Y ahora como en esos finales de velada
en que sale un actor muy peinado a la escena
y tranquiliza el ánimo de la gente exaltada
con una perorata de parsimonia llana:
ruego al burgués que deje su asiento sorprendido
se digne serenarse con razones magnánimas
son cosas de poetas un poco entristecido
que se pone a soñar con el toque de ánimas