domingo, 6 de julio de 2008

IRAK

Caían uno a uno, el militar los iba llamando a la tienda y otro hombre disparaba escondido detrás de una cortina de burdel. Caminaba de un lado a otro, envuelto en su túnica de lona. Ya los de afuera presentían su destino. El hombre le gustaba disfrazarse de rey y hoy estaba haciendo el mismo melodrama, con la diferencia que los acariciaba mucho, los besaba y les tocaba los enormes miembros de tantos meses de guerra en el desierto. Lo más probable era que su corte (los soldados del día) muriesen mañana. Debía borrarlos, por jugar con él. Por dejarse manosear y ponerse la casaca de falda y pintarse la jeta con bigotes y todo. Le seguían la corriente a ver si se entusiasmaba con alguno para no perder la vida por allá tan lejos y de ese modo trágico, a manos de un maniático ornado con corona de flores secas y una sed de sangre desmedida. Como cabe, como debe ser, así como le enseñan en la mili a los héroes americanos.

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