domingo, 6 de julio de 2008

Ärbola







Ya nada la podía curar, ni su propia alma de sanadora ni porque era mujer y se conjugaban en ella todas las esencias y los remedios de la tierra. Se le cayeron los cabellos sin darse cuenta al oscilar silvestres de tanto nido de pájaro enredado en la memoria de los huevos estallados. La nariz se tornó ganchuda y una lama verdosa sobre el alabastro de la muerte en sus manos y mejillas anunció su despedida. La noche de agonía era tan fresca y le faltaba el aire en todos sus recovecos, recordó el huerto, la tumba de sus gatos y al expirar, del techo o de la nada cayeron piedras y los rayos subieron del suelo hacia los rincones sonando en su alta tensión, imitando ramas que se incendian. Han pasado tantos años de su muerte pero aún caen piedras de lo alto y su imagen de radiografía no se sale del espejo.

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